domingo, 21 de diciembre de 2014

ENCRUCIJADAS (o una lección de humildad)

Historias. Siempre me han gustado las historias. Desde que tengo uso de razón, mi cabecita ha ideado mil historias y, desde que sé escribir, me ha fascinado eso de ponerlas por escrito. Y aún sigo. Me gusta escribir. Soy feliz escribiendo. Lo peor de todo es que (todavía no sé si por suerte o para mi desgracia) siempre me han dicho que no lo hago tan mal. Y eso (por suerte o para mi desgracia) me da alas para seguir escribiendo. Al principio, fueron unos concursos escolares; a continuación, cuentos infantiles cuando caía enferma; más tarde, unos poemas adolescentes; en tiempos universitarios, me aventuré con versos más comprometidos; de mayorcita, me atreví con una novela juvenil y ya, por fin, me dejé seducir por una historia que me rondó durante un par de años y acabé escribiendo mi primera novela "seria". Horas libres, fines de semana, un verano entrero escribiendo. Y fui feliz, muy feliz. No me importaba nada. Sólo quería escribir. Era como si una fuerza superior me arrastrara, primero, a la pluma y el papel y, más tarde, al reto de la pantalla en blanco. Quería escribir. Necesitaba escribir. Y lo malo era que, cada vez que dejaba algún capítulo para leer, me seguían diciendo que no lo hacía tan mal, que escribía bien. Y eso me dio alas, muchas alas (está claro que si alguien me hubiera dicho "mira, nena, escribes fatal, dedícate a otra cosa", lo habría dejado y, quizás, me habría ahorrado muchos sinsabores).
Después de acabar la novela (yo, ilusa de mí, pensaba que ya estaba. No sabía que aquel ejemplar de trescientas y pico páginas sólo era el primero de muchos, muchísimos borradores), en vez de dejarla en el fondo de un cajón como hacía con todo lo que escribía, la mandé a varias, muchas grandes y prestigiosas editoriales (me gasté un montón de pasta en fotocopias y correos) imaginándome cómo sería la llamada que me llevaría al olimpo de las grandes plumas. Menudo bofetón. Todavía guardo las cartas en las que se rechazaba, muy amablemente, mi "obra". Después de decenas de negativas y sumida en un agujero negro lleno de cruda realidad -fracaso, deceoción, desánimo, autoestima baja...-, decidí no achantarme (pero, por Dios, cómo habría agradecido un "nena, en serio, déjalo ya, dedícate a otra cosa. Esto, definitivamente, no es lo tuyo") y me apunté a la Escuela de Escritores del Ateneu de Barcelona. Allí, rodeada de ilusas e ilusos como yo y de grandes profesionales de la escritura (eternamente agradecida a Pau y a Mercedes), me enseñaron todo de lo que adolecía mi novelita. Aprendí las técnicas, los secretos, las normas que debía seguir si quería escribir decentemente unas cuantas páginas. Sometí mis palabras, una a una, a una crítica feroz, corregí no sé cuántas veces los capítulos, cambié el orden de las escenas, volví a corregir. Qué cura de humildad eso de sentirse y ser evaluada constantemente; qué duro eso de "este capítulo no sirve, vuelve a escribirlo". Después de tres años de formación en la escuela y de otros dos años releyendo, corrigiendo y reescribiendo, la di por finalizada y volví a mandarla a no sé cuántas editoriales grandes y pequeñas, solventes, pretigiosas, independientes, recién nacidas... esperando, ahora sí, la esperada respuesta afirmativa. Volvieron a rechazarme, bueno, a ella, a la novela (otro doloroso bofetón en el ego y en el alma) pero algo había cambiado: A pesar de decir que no, que no podían aceptarla, en las respuestas se leía algo diferente ("la novela está bien escrita", "la novela tiene mucho potencial", "la novela suscita mucho interés"... Quiero creer que no lo decían para quedar bien. No era necesario. Con un no hubiera bastado). Y eso me volvió a dar alas para seguir intentándolo. Pasado un tiempo y con un cierto espíritu de humilde derrota, oí cómo alguien me animaba a utilizar otros métodos de publicación, vamos, que la colgara en internet (http://www.amazon.es/ENCRUCIJADAS-Mamen-Gargallo-Guil-ebook/dp/B009991H5A). No me gustaba la idea; todavía soñaba con ver en papel mis palabras y mi nombre en una portada. Pero lo hice. No sabía cómo funcionaba el asunto pero lo hice. Correos electrónicos, facebook lo confieso, todavía no me he metido en twitter), "flyers", blogs, webs. Hasta hoy. 
Al principio, la compraron algunos amigos y mis familiares. Y luego cayo en el más profundo y amargo de los olvidos. Y yo también decidí olvidarme de mi pretensión. Y no volví a escribir. Había entendido la lección. Debía reconocer y asumir que, definitiva y dolorosamente, eso de montar historias, recrear personajes y ponerlos negro sobre blanco, eso que me hacía tan feliz, no era lo mío. Debo confesar, sin emabargo, que no dejé de escribir del todo, nunca he dejado de hacerlo. Escribía, sí, pero sin ningún tipo de ánimo. Hasta que un buen día, alguien "colgó" una crítica. Llamé a mis hermanas y a mis amigos para preguntarles si habían sido ellos. ¡Menuda sorpresa! ¡No! ¡Ellos no habían hecho nada, no sabían de qué les estaba hablando! Se tenía que tratar de alguien desconocido que había comprado la novela, la había leído, le había gustado y había querido compartirlo. Un lector. Tenía un lector. Entré en la web para intentar saber algo más y me encontré con una gráfica plagadita de puntitos rojos que indicaban los ejemplares vendidos. No tenía un lector, tenía varios lectores (vale, no son los miles de lectores que tienen María, Carlos, Dolores, pero eran lectores, mis lectores). ¡Qué subidón! Sí, mi novelita se estaba vendiendo, poquito a poco y con humildad. Y hasta hay gente que ha colgado alguna crítica más, y no son malas... Y no los conozco (que ya sabemos que la familia te compra lo que sea). Y qué quieren que les diga: humildemente, soy feliz.

Y ahora me animo con un "booktrailer" (http://vimeo.com/115381696) y con otra novela.

PD. FELIZ NAVIDAD

lunes, 15 de diciembre de 2014

UNA BUENA FOTO o UNA FOTO BUENA


Sales de casa, la cámara de fotos en el bolsillo o colgada del cuello. Es inevitable. Ya no puedes ir sin ella. Ya forma parte de ti, de tu manera de vivir, de tu manera de ser. Vas por la ciudad sin un destino concreto, sin rumbo fijo. Un paseo. Caminas. Calles, esquinas, gente, vehículos. Ja conoces todo lo que te rodea pero todo te parece nuevo. Te paras delante de un semáforo en rojo. Fachadas, coches, peatones, farolas. Verde. Sigues tus pasos sin saber a dónde te llevarán. Plazas, callejuelas, más gente. Una calle cortada. Otro semáforo. Vuelves a pararte y vuelves la cabeza. Un movimiento reflejo. Y allí está. No sabes qué es exactamente pero ya la tienes. Coges la cámara lentamente como si aquello que, en un segundo y sin razón aparente, te ha cautivado estuviera a punto de huir, de emprender el vuelo. Una luz, una sombra, un rostro, una piedra... No sabes qué es. Lo único que comprendes -y no con la razón- es que aquello tan cotidiano, tan insignificante, tan... acaba de contarte una historia, te ha dicho algo que ha traspasado el cerebro y la piel. Te colocas la cámara delante del ojo como si formara parte de tu propia mirada, de tu rostro, incluso de tu cuerpo. Miras a través del objetivo: para ti, la luz perfecta, la posición perfecta, la imagen perfecta. Es la perfección subjetiva. Aprietas el botón. Ya la tienes. Estás convencido. Es la foto. Tu foto. Una buena foto. 
 
Coges el coche. Llevas las cámaras fotográficas, el trípode, los filtros, los objetivos. Queda poco para que el sol se ponga. Sabes dónde tienes que ir. Desde los búnkers o desde Torre Baró, el paisaje es increíble. Tienes la foto asegurada. Y lo sabes. Aparcas. No hay nadie. Hace frío. De pie, miras hacia el horizonte. Realmente, es un bello espectáculo. Abres el trípode y lo aseguras en la tierra con unas piedras. Fijas la cámara. Sabes perfectamente qué quieres. Un filtro determinado. Un objetivo concreto. La ley de los tres tercios, la profundidad de campo, el diafragma, la velocidad. ¿Qué más? Todas las leyes, todos los consejos, todos los conocimientos adquiridos con la experiencia, con las lecturas especializadas, con los cursos y un montón de fotos vistas se ponen al servicio de este momento. La luz, el cielo, los colores, las luces de la ciudad, el sol, los contrastes, el ruido de la imagen. Encuadras. Te alejas. Cambias de objetivo. Mueves la cámara. Te acercas. Lo tienes todo controlado. Está todo perfecto. Es la perfección objetiva. Apuntas. Ya está. Ya la tienes. Sí. Estás convencido. Es la foto, tu foto. Una foto buena.
Este es el secreto de la fotografía: ¿Una buena foto o una foto buena?


viernes, 28 de noviembre de 2014

PERO YO TE QUIERO o 25 de noviembre

¿Por qué no me has llamado?
¿No has leído mi mensaje?
Te he llamado cinco veces y no me has contestado.
¿Qué estabas haciendo?
¿Con quién estabas?
¿Quién es ese tío con el que sales en la foto?
¿Vas a salir?
¿Con quién?
¿Quién te está llamando?
Esa falda es muy corta.
Quítate esa blusa, se te ve todo.
¿Adónde vas con esos labios?
Pareces una fresca.
Luego, os quejáis de que os violan.
Pero ¿te has visto en el espejo?
Con esas pintas...
Así no sales.
Pareces una puta.
Hoy no sales con tus amigas.
¿Por qué mirabas así al chico del ascensor?
¿Buscas caña?
Como yo me entere...
Te he visto abrazando a ese tío.
No soporto verte con otro tipo.
¡Me importa una mierda que sea sólo un amigo!
Te quiero sólo para mí.
Sólo para mí.
¿No te lo he dicho?
¡Joder!
¡Basta ya!
Para ya de dejarme en ridículo.
¿Te estás burlando de mí?
Me quieres joder, ¿verdad?
Si estuvieras calladita...
A quién se le ocurre...
Solo a ti.
¡Estoy hasta los cojones!
Eres una inútil.
Un día de estos...
Tú tienes la culpa.
A partir de ahora, siempre conmigo.
Y pobre de ti que...
Es que yo te quiero.
Te quiero sólo para mí.
¿Qué coño estás haciendo?
Ni que estuvieras ciega.
Ni se te ocurra.
Me estás poniendo muy nervioso.
Y yo, cuando me pongo muy nervioso, no respondo.
¿Me quieres dejar?
No podría vivir sin ti.
A mí no me deja ni Dios.
Y, menos, una puta como tú.
No soporto la idea de que estés con otro.
Yo te quiero.
Nadie te va a querer como yo.
No soportaría perderte.
Me mataría.
Antes, muertos los dos.
Y tú tendrás la culpa.
Y dale, te he visto hablando con ese.
¿No te ha quedado claro?
La próxima vez, una hostia.
No te quejes.
Tú te lo has buscado. 
Es que me provocas.
Eres una estúpida.
Con lo fácil que sería si tú...
¡Sí! ¡Soy un puto celoso! ¿Y qué?
Eso significa que te quiero.
No soporto verte con nadie.
Si no te vistieras así...
¿De qué te quejas?
Perdóname.
No volverá a pasar.
No me dejes.
Pero vete con cuidado.
Te lo dije.
Me estás buscando.
Y me has encontrado.
Pero yo te quiero. 


016


sábado, 8 de noviembre de 2014

PARA GUSTOS, COLORES

 
 
 
 

martes, 28 de octubre de 2014

SI TÚ ME DICES VEN...

Me dijo ven y no lo dejé todo.

sábado, 18 de octubre de 2014

VERSOS (microrrelato de Mamen y Mario)

Los versos no abren todas las puertas, pero bajan algunas bragas.

jueves, 2 de octubre de 2014

OTRO MICRORRELATO

Y, cuando entró en la habitación de sus padres sin permiso, lo entendió todo.

domingo, 27 de julio de 2014

EGIPTO ETERNO

Acabo de volver de pasar una semana en Egipto. Cansada pero feliz. Y con la cabeza llena de historias, de imágenes y mil y una paradojas. 
Cuando mi chico y yo empezamos a pensar en las vacaciones, barajamos diversos destinos: La Habana, Perú, volver a Nueva York, pero la crisis y un paseo por la Feria de Turismo de Barcelona hicieron que nos decantáramos por Egipto. Barato e interesante, ¿qué más podíamos pedir? ¡Cómo no va a ser barato si están en pleno conflicto! ¿Estáis seguros? No, no lo estábamos, sobre todo porque desde el Ministerio de Asuntos Exteriores lo desaconsejaban rotundamente: zonas de conflicto, Alejandría, Sharm al-Sheikh, y en El Cairo, la plaza Tahrir, zona de los ministerios, palacio presidencial, ciertos barrios, otras zonas del país; zonas de seguridad moderada, zona de las pirámides; zonas seguras, ninguna. Con este panorama y que los paquetes vacacionales no incluían bebidas ni atentados o secuestros, no me extraña que mi madre mi llevara al notario a hacer el testamento. Yo, también, por si acaso, le dejé a mi hermana mayor un papel en el que había escrito mis últimas voluntades y un montón de datos útiles por si llegaba una fatal noticia de la tierra de los faraones. Incluso pensé, mientras hacía la maleta, grabar un vídeo para someter a mis "herederos" a una especie de ginkama con el objetivo de que se ganaran con el sudor de sus frentes y una buena dosis de humor toda mi "herencia". 
Total, que con los papeles arreglados y no sin pocas reservas, embarcamos rumbo a El Cairo. No puedo describir todo lo que sentí al pisar esas tierras. Estaba cumpliendo un sueño desde que estudié su cultura y su arte en 1º de BUP. ¡Qué emoción ver las Pirámides de Keops, Kefren y Mikerinos y la famosa Esfinge de Giza!

¡Cuánto he aprendido de la mano de Muhammad, nuestro guía egiptólogo (Mohamed Wahban)! 



Nos enseñó a leer y  a interpretar los jeroglíficos (el ojo de la sabiduría, el escarabajode la buena suerte -otra interpretación del dios Ra, el de sol, además de Horus, Athon; la llave de la vida, letras, ideas, números...)





¡Cuántos mitos caídos! No, no existe la maldición de la Tutankhamon, no. Los que entraban en su tumba morían, sencillamente, por falta de aire y por las bacterias allí acumuladas. No, Cleopatra no era sólo era bella y ambiciosa sino también muy inteligente y muy culta, y todo esto desarmó a más de un emperador romano. Nefertiti murió de diabetes. Tutankhamon es famoso porque se encontró su tumba y su tesoro completo, no porque hiciera nada de relevancia, si el pobre fue nombrado faraón cuando era un crío y murió con 19 años de una herida en la rodilla; no tuvo tiempo de hacer nada relevante. Muhammad nos explicó el significado de la disposición y de la decoración de cada piedra, de cada columna, de cada obelisco. Nos habló de Horus, de Ramsés, de Isis, de Athón, de Nefertiti y yo, allí, en medio de una sala hipóstila o de una mastaba, a los pies del chacal o de las grandes figuras de Abu Simbel, he vuelto a ser esa alumna de 1º de BUP, curiosa y aplicada, inquieta y atenta, con enormes ganas de saber y de entender esa cultura faraónica. Luxor, Karnak, Edfu, El Valle de los Reyes, Kom Ombo, los Colosos de Memnón, el templo de Hatshepsut... no era recordar la Historia que había aprendido en los libros; era algo más, era estar dentro de la Historia. Y eso no tiene precio. Bueno, sí, el de la oferta de la agencia de viajes.
El crucero pr el Nilo supuso recuperar ese lujo -decadente- de los orientalistas de los años 50 que iban en busca de aventuras y de monumentos para llevarse a sus países y a sus museos (Muhammad mostró no pocas veces el enfado nacional porque algunas de sus piezas más emblemáticas fueron saqueadas y expoliadas sin posibilidad de retorno. Menos mal que la máscara de Tutankhamon y todo su tesoro siguen en el Museo Egipcio de El Cairo. Navegar por el Nilo (y pasear por El Cairo) ha supuesto recrear a Agatha Christie y su novela de misterio, sentirse como Rita Hayworth cuando se casó con el príncipe Ali Khan. Y, si me lo permiten, entender a Taha Husein con su obra Los días o a Naghib Mahfouz o, incluso, a Um Kulthum. No hay palabras.
Bañarse en las aguas del Nilo, a pesar de decirnos hasta la saciedad de que en esa zona no había cocodrilos, fue una experiencia única preñada de morbo y perversión, fruto del miedo de ser atacada por uno de esos feroces animales, de la osadía y del hecho de decir, sí, qué demonios, yo me he bañado en el Nilo.





Ser testigo de increíbles puestas de sol, del contraste entre el dorado del desierto, el azul de las aguas del río más largo del mundo y del cielo africano y del verde de la frondosa vegetación de la ribera no tiene parangón. 

Pero, además de esta parte legendaria, faraónica; además de este combiando de cultura y naturaleza, también he vivido los tópicos del país: el regateo en los bazares y con los vendedores ambulantes; el caos en la circulación en todo el país, especialmente en la capital -sí, cruzar una calle de El Cairo es un acto de fe o un suicidio, depende de cómo se mire-; las chilabas, los kaftanes y las cada vez más frecuentes abaya y niqab (no, no voy a valorarlo); el calor; la suciedad que se observa en algunas calles; la pobreza y la poca visión de negocio y de futuro que se percibe; los tatuajes de henna

la excursión en camello



y mil topicazos más.

Pero una de las cosas que más me ha emocionado ha sido volver a constatar que no se me ha olvidado la lengua árabe que estudié durante tantos años y que apenas puedo practicar aquí en Barcelona. Aunque Muhammad me decía (espero que en broma) que no me hiciera ilusiones, que sólo sabía unas pocas palabras, él y yo sabemos que no es así porque, a medida que hablaba, iba recordando más palabras y más estructuras sintácticas. Sin embargo, lo mejor de todo ha sido ver la cara de alucinados de los lugareños al oírme hablar en su lengua. ¡Eso sí que no tiene precio!



Mil anécdotas, mil historias, mil risas, mil exclamaciones de admiración y de sorpresa, mil piedras, mil botellas de agua para aguantar el calor para resumir un viaje excepcional.

Ah, y de la inseguridad, nada de nada. Otro tópico...

PD. Id a Egipto. Vale la pena. Y si quereis un buen guía, preguntad por Muhammad. Es el mejor.



sábado, 21 de junio de 2014

MARIO Y SUS MICRORRELATOS

"Cuando me di cuenta de que le gustaban los tonticos, ya era demasiado tarde para hacerme el mongui."

Esto dijo mi amigo Mario cuando me contaba una de sus aventuras erótico-festivas mientras tomábamos una cerveza en el Casal de la Prospe, en la plaza de Ángel Pestaña. 

Me reí. Me reí mucho. Me paré a pensar. Y exclamé: "¡Coño, Mario, pedazo de micrerrelato te has sacado de la manga, así, como quien no quiere la cosa! Y Mario, con esa mirada azul, esa sonrisa picarona y esa falsa modestia del que se sabe buen escritor pero todavía por descubrir, respondió: "Pues sí, me salen constantemente. Yo soy así. Mi vida es así. Mi vida no es un relato. Sólo microrrelatos."

domingo, 15 de junio de 2014

DEL BARRIO, NO DE BARRIO



Hace unos cuantos años, esta expresión, para mí, era sinónimo de vulgaridad, ordinariez e, incluso, de chabacanería, porque, cuando escuchaba esas palabras, encabezadas con un "es que", quien las pronunciaba respondía a un prototipo determinado: chándal, camiseta, bambas, riñonera y discutible nivel cultural. Lo siento si ofendo a alguien, pero es así. Por eso, siempre he odiado esa expresión; porque, sabiendo que podía constituir una seña de identidad, para algunos era la excusa perfecta para no moverse, para no cambiar, para no mejorar, para no salir de la zona de confort. Para mí, era una señal de atraso. Por eso, a pesar de haber vivido 30 años en el mismo barrio, un barrio "normal", de clase social media, yo nunca la utilicé; porque, viendo lo que veía y escuchando lo que escuchaba, no estaba dispuesta a que las calles, las tiendas, las costumbres o las gentes del barrio supusieran una frontera para mí, no quería que eso me limitara o me frenara física y/o intelectualmente.
Y, habiendo vivido allí mi infancia, mi adolescencia y mi juventud, cuando decidí independizarme, opté por salir del barrio, cambiar de entorno, salir de lo conocido, de lo cómodo. ¿Condiciones? No muy lejos de la casa de mis padres -por si acaso-, cerca de la playa y con buena combinación para llegar al trabajo. Lo demás me daba igual. Sinceramente. Y buscando, buscando, después de recorrerme todos los barrios y los distritos de Barcelona, me decidí por Poblenou. Bueno, en realidad, el piso se ubicaba -se sigue ubicando- a medio camino entre Poblenou y Diagonal Mar. Después de instalarme, durante algunos años, estuve viviendo en medio de solares, almacenes y fábricas abandonadas con la única compañía de una estación de metro (la que me lleva directamente a la puerta de mi trabajo) y con la sensación de no pertenecer a nada, a ninguna zona, a ningún barrio. Pero me daba igual.
Ya han pasado diez más de 10 años de mi llegada a esta zona y, durante este tiempo, me he hecho a sus calles, a sus plazas, a sus tradiciones y a sus gentes. La calle Marià Aguiló, una calle peatonal en la que se encuentra mi bar favorito, La pubilla del Taulat, con la bodega de al lado y sus gentes, Miguel, Toni y Jesús, y sus famosas patatas bravas. 
La Rambla de Poblenou, el eje vertebrador del barrio, con sus tiendas nuevas y las de toda la vida, con su teatro (el Casino de L'Aliança de Poblenou), con su mítica heladería-horchatería El tío Che (deliciosa su horchata, su leche merengada, sus granizados y sus helados en verano, así como sus turrones y su chocolate deshecho en invierno) a la que le ha salido competencia con varias heladerías en la zona;  la coctelería 4uatre Lounge que pronto tendrá un firme competidor en Balius; un montón de buenos restaurantes (Can Recasens, con sus lucecitas, sus cestas de frutas, de verduras, de flores y con sus embutidos; La Roda, La tertulia, y muy cerca Els pescadors, en esa tranquila, centenaria plaza; La forquilla, El racó del Taulat, Vacatada, etc.), tiendas de ropa y complementos (Festuk, donde me compré el vestido rojo con la espalda al aire; Mint, donde me he comprado lo último en bolsos, el O Bag -¡mil gracias, salerosa sevillana!-, Home i dona, donde encuentro los mejores pantalones y las mejores camisetas, etc., etc,). 
También, entre las calles de Poblenou, tengo varias panaderías entre las que destaca Cruixent, con sus panes de todo tipo -con semillas, con frutas, con verduras...-, con sus cocas y sus pastas; varias bodegas y vinotecas; varias farmacias, varias pastelerías, varias agencias de viaje, varias zapaterías, varias ferreterías, varias papelerías, varios de todo... 
¡Ah! Y dos buenas, buenísimas librerías, Etcètera -que me dio mi primera oportunidad como escritora- y Nollegiu (reconozco que esta última me tiene "robaito" el corazón: las recomendaciones de Xavier, los encuentros con escritores, las joyas poéticas...).
Además de todo esto, mientras paseo por las calles del barrio, tengo sus deseadas sombras en plena canícula, tengo los aromas salados que llegan del mar, tengo su banda sonora, tranquila, familiar, tengo las miradas cómplices de las gentes que ya conozco y que ya me conocen porque yo ya soy del barrio.
Porque yo no soy de barrio; yo soy del barrio, del barrio de Poblenou.









miércoles, 4 de junio de 2014

NOTICIAS DESDE EL ESTRECHO

Noticias de Al-Alam envolviendo todo el cuerpo, calcetines de lana cubriendo los pies, deportivas gastadas con un puma falso mordiendo la arena, vaqueros debajo del pantalón de chándal, dos jerseys, sudadera -también de imitación-, y anorak: Todo el mundo le ha dicho que lo necesitará, que esta noche no le va a sobrar nada. Ni documentación, ni fotos, ni su pulsera de oro: Le han comentado que no lleve nada que lo identifique. Con la incertidumbre mordiéndole la boca del estómago, un frío salado calando sus entrañas y el miedo a punto de deslizarse, húmedo y caliente, entre sus piernas, Hisham cuenta catorce breves y refulgentes circulitos rojos brillando en la noche incipiente en torno a un pequeño y frágil bote con un viejo motor y un nombre que le arranca un gesto entre esperanzador e irónico:قادم. No sabe qué hacer. El silencio -¿nadie va a decir nada o va a seguir escuchando sólo el rumor de las olas?- acrecienta su incomodidad pero la oscuridad, temerosa aliada de la aventura, le ayuda a disimularla. La espera se le está haciendo eterna. Acercándose desde la loma, una luz cada vez más potente y cegadora irrumpe en la playa envuelta en alaridos que ordenan premura y activan todos los resortes de los, hasta ese momento, enmudecidos y paralizados muchachos. Hisham da una última calada y hunde con ímpetu la colilla en la arena antes de embarcar su sueño. Intenta encontrar su sitio en la barca y, subiéndose hasta el cuello la cremallera del anorak, se cerciora de que la bolsa que tiene oculta bajo la ropa todavía sigue ahí: una cuchilla de afeitar, una muestra de colonia para hombre y unos zapatos de cordones (también le han asegurado que, al otro lado, nunca paran a un chico con apariencia aseada). Sonríe amargamente al comprobar que el trozo de bastela sigue intacto.
¿Me ayudas? —le pregunta Wafá cuando lo ve aparecer por detrás del horno público—. He hecho la bastela como a ti te gusta. Esta tarde va a venir todo el mundo…
Dámela —Hisham coge la bandeja y pasa con cuidado la pasta rellena a la pala de madera para introducirla en el horno.
Creo que es bastante grande. Así, te podrás llevar un poco para… —Ve a su hijo tranquilo pero un nudo en la garganta le impide acabar lo que intenta decir, lo que su mente y su corazón, desde que él se lo comunicara, se empeñan en negar.
Imposible, ummí. Sabes que tu bastela es la mejor de todo el pueblo —Hisham se asoma a la boca del horno para comprobar cómo va la cocción. Wafá nunca ha soportado que la viera triste pero, esta vez, no quiere ni puede hacer nada para ocultar su pena—. Qué bien huele ya. ¿Qué le has puesto?
Lo de siempre: cordero, aceitunas, dátiles, cebolla, huevo duro, pimiento y especias. Tu favorita… —A pesar de intentar seguir la conversación, se tortura pensando que ya no hay marcha atrás y allí, en ese rincón del pueblo, cerca de la madrasa y de la mezquita, entre los caminos de tierra y pequeños montones de basura, Wafá, consciente de que quizás pase mucho tiempo antes de que se repitan, apura esos momentos para estar a solas con su hijo.
Gracias, ummí —Wafá se deja abrazar por su hijo notando cómo hunde su juvenil rostro en su melena y aspira por última vez su perfume de almizcla, henna y jazmín—: Me lo llevo conmigo.
Hijo… —Lo aprieta fuerte contra su pecho cubierto de brocado y pasamanería dilatando el adiós mientras un ‘quédate’ y mil deseos de bienaventuranza luchan por salir de su boca.
La bastela ya está —Hisham se separa de ella; no llora, sólo sonríe, y, envuelta en ese silencioso aroma, Wafá siente cómo se hijo ya se está yendo.
Ya no se ve la playa. Noche cerrada. Quince cuerpos hacinados en el destartalado bote se mueven al vaivén de las olas. Hisham intenta mantenerse firme pero ya no sabe cómo poner sus piernas sin molestar a los demás, no sabe cómo combatir el frío y la humedad que ya se han instalado en sus huesos, no sabe cómo no dejarse vencer por el sueño y el cansancio. Sólo el jefe permanece despierto y alerta. Nadie habla. Únicamente se oyen el ruido del motor y el sonido del mar. ¿Qué hora debe ser? Hisham no se atreve a preguntar pero siente que lleva toda la vida navegando. Ya desea ver costa y descansar en tierra firme pero ni siquiera sabe si va a llegar a algún sitio. No sabe nada. Él, que creía saberlo todo –qué iba a hacer, a dónde iba a ir, con quién tenía que tratar-, ahora, en medio de tanta oscura inmensidad, se da cuenta de que no, de que no sabe nada y de que está muerto de miedo, de impotencia y de rabia: Marchar de un país para no sufrir las injusticias, las humillaciones y los chantajes de los omnipresentes guardianes de esa supuesta democracia; abandonar un pueblo para no saberse ridículo y estafado por tantas falsas promesas; romper una familia para no sentirse inútil por no encontrar un trabajo digno; renunciar a una vida para no reconocer que esa vida no ha servido para nada; desear huir y temer llegar… Y parece que nunca llega ese momento. Hisham bosteza y sus tripas piden a gritos un trozo de bastela. Palpa la bolsa oculta lamiéndose los labios resecos y salados pero no quiere compartir con nadie lo único que le queda de su madre. Mira de reojo a sus compañeros de travesía. Sólo sabe que no son del pueblo. Rodeado de gente, se siente más solo que nunca. La oscuridad y la incertidumbre hacen el resto.Alza la mirada y no ve estrellas. Ni siquiera la luna hace acto de presencia en esta travesía tan amarga.
¿Tú crees que allí también se verá? —Sentados en los escalones de un cafetín y con los ojos puestos en el cielo, tres muchachos se imaginan el otro lado del estrecho. La noche es clara y una luna resplandeciente les acompaña en este último encuentro. A sus pies, bolsas negras con regalos que Hisham ha recibido con contenida emoción y tres vasos de cristal decorado con filigranas verdes y doradas llenos de humeante y azucarado té aderezado de desfallecidas hojas de menta fresca.
Pues claro, no digas tonterías. Allí se verá la luna y todo lo demás, igual que sale en la tele —contesta Hisham expectante.
Mi primo, cuando vino este verano, nos contó que todo es como en las series: las calles, los restaurantes, las tiendas, los coches, las fiestas, las chicas… Joder, qué suerte tienes, tío —Hisham bebe un sorbo y se mantiene en silencio. Se siente afortunado, sí, pero en el fondo del vaso no puede evitar ver un poso de abandono y tristeza.
Tú abrígate, ¿eh? En el estrecho siempre hace frío y cuando es poniente… —el muchacho les detalla qué tiene previsto ponerse para llegar sano y salvo y los dos amigos se echan a reír—: Vas a parecer el muñeco ese de Michelin.
Mi primo también nos explicó que allí la apariencia cuenta mucho, que si te ven bien afeitadito y con ropa normal, no te paran por la calle.
Sí, ya lo tengo pensado. El cabrón de Abdullah nos ordenó que, para no tener problemas, bueno, para que él no tuviera problemas, prohibido llevar documentación ni nada que pudiera implicarlo y, sobre todo, hablar con nadie —Hisham va desgranando los entresijos de la aventura mientras va respondiendo a los saludos, los abrazos o los besos de los hombres que entran y salen del cafetín. El pueblo es muy pequeño, todos lo conocen y saben de su sueño. Hisham también sabe que, quizás, no los volverá ver.
María llega acelerada a la base y lo primero que ve es una hilera dorada de cuerpos sin vida extendidos en el suelo. Los cuenta lentamente. Quince. Se acerca a la mesa de la comida y se sirve un café y una magdalena. La llamada la ha despertado y no ha tenido tiempo para desayunar. Siente que, si antes no come algo, no va a poder hacer bien su trabajo. Le pregunta a un compañero qué ha pasado pero sólo oye frases desordenadas e inconexas: oscuridad, los muchachos intentando salir a flote, olas enormes, algunos no sabían nadar, un bote a la deriva, mucho viento, no alcanzaron los salvavidas, gritos, nuestro barco zozobraba, ha sido horroroso… Con el estómago lleno y el ánimo convulso y vacío, María se acerca a los cuerpos para inspeccionarlos. De cuclillas, retira la manta térmica de uno de ellos. “Por Dios, si sólo es un crío”, piensa mientras descifra unos rasgos juveniles en el rostro hinchado. Traga saliva y aprieta los labios. Busca en los bolsillos algún papel u objeto que le permita identificar el cadáver. Nada. Abre el anorak y se da cuenta de un bulto en el pecho. Lo cachea y saca una bolsa negra chorreando de debajo de la sudadera. Se sienta en el suelo y extrae de ella una cuchilla de afeitar, una muestra de colonia con nombre en francés, unos zapatos de cordones y un paquetito envuelto en papel de aluminio…
Joder, droga. Todos son iguales...

domingo, 20 de abril de 2014

ULISES (microrrelato)


Una soleada mañana de domingo. La terraza de un bar. Un aperitivo. Un hombre con la prensa bajo el brazo. Un niño de cuatro años. Y un cachorro de Golden Retrevier.

-Papá, ¿puedo ir a jugar con Ulises?
-Sí, pero no os alejéis mucho.
-Vale. ¡Vamos, Ulises!

El suplemento de economía. Una cerveza y un refresco. El niño y el perro yendo y viniendo. El dominical. Unos berberechos y unas patatas fritas. Los resultados de la liga. El niño y el perro jugueteando entre las mesas de la terraza. Y una mujer que vocifera cerca de allí:

-Perdone, ¿es suyo?
-Sí, pero no hace nada, tranquilo.
-Es que no me deja leer.
-Es muy pequeño, sólo quiere jugar.
-Pero es que me está molestando, ¿no lo está viendo?
-Si no se mueve, no le hará nada.
-Todos son iguales. Como tienen uno, se piensan que a los demás nos tiene que gustar también. Haga el favor de llevárselo de aquí.

El hombre se levantó, se acercó a la mesa, lo cogió en volandas y lo ató a su silla.

Y Ulises siguió correteando por ahí.


domingo, 19 de enero de 2014

SIN PALABRAS

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Sí, si hay palabras.

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