sábado, 1 de junio de 2013

OPERACIÓN BIKINI



Hoy, sábado, 1 de junio de 2013, mis queridos y abnegados lectores, empieza para una buena parte de las mortales del mundo mundial la esperada y temida “Operación Bikini”, o, lo que es lo mismo, esa amalgama de trucos, consejos, cálculos, combinaciones, mejunjes y demás triquiñuelas que solemos llevar a cabo el último mes de la primavera para poder lucir palmito los largos días y las cortas noches de la siguiente estación. Y yo, señoras y señores, he inaugurado dicha operación como se merece, por todo lo alto: tostaditas de salmón y paté y un buen cafelito con leche, con su azúcar y su espumita, de esos como los que me preparaba mi madre en tiempos ya remotos. Y es que yo llevo haciendo esto de la “operación bikini” desde hace ya un año. Sí, llevo un año desayunando café solo con sacarina acompañado de una tostada de pan integral con queso de régimen, con un 30% menos de grasa. Y sí, tengo que reconocer que me he acostumbrado, sí, a esa mínima pócima amarga con un mínimo y soso bocado;  mi dietista dice que es lo mejor, sí; pero, qué quieren que les diga, donde se ponga un gran tazón de café con leche con sus dos cucharadas de azúcar blanca y un par de bizcochos de chocolate o unas rebanadas de pan -en plural, sí- cubiertas de algo suculento, no sé, jamoncito, paté, boquerones en vinagre, tortilla de patatas… Llevo un año suspirando por este desayuno y hoy, 1 de junio, primer día de la operación bikini, por fin, he hecho realidad esta fantasía. Déjense de fantasías erótico-festivas: para una mujer que está permanentemente de dieta, pesando los gramos, calculando las calorías, midiendo los centímetros y espiando la báscula, no hay nada más libidinoso, más excitante y más orgásmico que un buen manjar repleto de sabrosas y suculentas viandas, aquellas que rebosan los platos y la mesa, aquellas que transgreden las sagradas combinaciones de nutrientes y que hacen honor a todo lo prohibido. ¡¡¡¡Dios!!!! ¡¡¡¡Qué placer!!!! Llevo un año con el maldito papel colgado en la puerta de la nevera, con los listados de alimentos estrellas: frutas (no todas porque el plátano o la chirimoya están en rojo), verduras y hortalizas (aquí sí que entra todo lo verde, lo rojo y lo naranja), pescado blanco y carne también blanca (pollo, pavo y conejo). ¡¡Y todo con aceite acalórico!! ¡Ay! Cómo echo de menos mi aceite de oliva, el bueno, el sabroso, el genuino. Llevo un año racionando otros alimentos como la ternera o el marisco. Nada de lo otro, sí, de lo realmente bueno, las aceitunas, el coco, el aguacate, la mayonesa o el kétchup, y, por supuesto, nada, absolutamente nada de alcohol y de dulces. A mí no me va lo dulce, nunca me ha ido, pero ¿no les pasado nunca que basta que les prohíban algo para que les entren unas ganas locas de comerlo? Pues eso me ha pasado a mí, en cuanto me prohibieron los dulces, empecé a babear como una lela amorrada a los escaparates de las pastelerías y de las panaderías. Lo mismo con el alcohol. Yo, desde siempre, he bebido mucha agua, poco alcohol (sólo los fines de semana) y nada, absolutamente nada de refrescos (no me gustan); pues bien, sigo bebiendo agua pero, con las malditas prohibiciones, ya me he aficionado a los líquidos de cola y cada vez me pirro más por una cervecita bien fría, una copita de vino o un sorbito de cava. ¡¡Qué vida más perra!!
Y es que, ya lo decía Platón, el ser humano está lleno de contradicciones y ha sido creado para tener siempre un pie en el bien y el resto del cuerpo tanteando y tentando el mal (que, en este aspecto, el de la comida me refiero, no está tan mal)
¡Operación bikini! Me río yo de estas “operaciones” y de todo lo que hay detrás de esas terribles palabras. Para empezar, el sexismo: ¿Por qué no hay una “Operación Slip” o una “Operación Boxer”? ¿Acaso ellos no tienen que ponerse a punto para el verano y perder esos flotadores, lorzas o esas barrigas cerveceras que han ido “trabajando” durante el invierno a base de cervezas, potajes y sedentarismo? ¿Acaso ellos no deberían pensar en los demás (como hacemos nosotras) cuando se ponen el primer bañador de la temporada?  ¿Acaso ellos no están obligados a tener en cuenta que el exceso de michelines, además de ser una cuestión estética, es un asunto de salud? Me acuerdo de que, antes de ponerme yo a dieta, ya me sentía mal: me costaba moverme, roncaba como una cerda (bueno, mi compañero, ídem de ídem, no se vayan a pensar) y no me sentía bien conmigo misma: empecé a odiar ir de compras y empecé a descuidarme (sí, lo reconozco). Pero la puntilla me la dio mi médico de cabecera (una mujer estupenda y una profesional como la copa de un pino) cuando me advirtió que, si seguía así, tendría muchos problemas de salud en un futuro no muy lejano. Vamos, que me acojonó, la tía. Me explicó todos los efectos que tiene el exceso de quilos en una mujer que pasa los 40: que si colesterol, que si después de la menopausia (¡por favor! Yo, menopaúsica, ¡si estoy hecha una pimpollita!), que si tenía que hacerme análisis (¡pero si siempre he estado bien!).... La muy puñetera consiguió que me pusiera manos a la obra.
Pero, ¿y ellos? ¿Por qué siempre hemos de ser nosotras las que estamos obligadas a estar de coña en la playa o en la piscina? ¿Quién ha dicho que a nosotras nos encanta ver a esos panzudos paseando por la playa, con los michelines embadurnados de crema solar moviéndose al vaivén de las olas o los pectorales a la altura de las costillas? No, señores, a nosotras también nos gusta ver cuerpos esculturales (no importa la edad), músculos tersos, piernas torneadas y tabletas abdominales. Insisto, no nos importa la edad. A nosotras también nos gusta admirar la belleza y no tener que volver la cabeza con cara de asco ante tanto buda apalancado en la arena con la nevera y la silla de plástico al lado.
¡Operación bikini! Otra cuestión relacionada es la publicidad que se hace en torno a este mito: anuncios de chicas jóvenes (algunas tan jóvenes que ni siquiera se han desarrollado), chicas hiperdelgadas que publicitan pastillas para adelgazar, alimentos para adelgazar y empresas que ayudan a adelgazar). ¿Qué pasa? ¿Cómo es que no sale ningun mujer entrada en años y en kilos con el mismo propósito? ¿Qué pasa? ¿Que nos creen idiotas? ¿Quién coño se va a creer toda esa bazofia en la que no nos tienen en cuenta a nosotras, las cuarentonas (mejor dicho, a las cuarentañeras) que nacieron ya con barriga y miches, que tenemos que comer fuera, que tenemos que lidiar con el trabajo, la casa, los niños, el marido; que tenemos que superar la ansiedad y las crisis de todo tipo? ¿En qué narices piensan los publicistas para poner una niñita en bañador anunciando barritas saciadoras o saciantes, pastillas quemagrasas o fajas reductoras? ¡¡¡Por el amor de Dios!!! ¡¡¡Si eso no se lo cree nadie!!! Que me pongan a mí, ya verían como venden después de probarlo todo... O no, porque, por fin, nos daríamos cuenta de que todo eso no vale un pimiento. Que lo único que vale es cerrar la boquita y mirar a otro lado cuando veamos pasar por nuestras narices las bandejas de los camareros repletos de deliciosas tentaciones. ¡¡¡Aaahhhh!!!
Pero lo peor de toda esta maldita “Operación bikini” son los tiempos. Me explico. Los anuncios para adelgazar, tanto en la tele como en la prensa escrita como en las marquesinas de autobús o vallas publicitarias, empiezan a aflorar por abril, mayo (sin olvidar el mes de enero, justo después de los atracones navideños) lo que significa que, supuestamente, en escasos dos meses, una mujer va a poder perder todos los quilos que ha ido acumulando en ¿cuántos meses?, ¿6?, ¿7?, ¿8 meses? ¡¡¡Por favor!!! Eso sí que es un atentado contra la salud pública. Con esas operaciones bikini suicidas, lo único que se consigue es someter al cuerpo y a la mente a unas condiciones completamente perniciosas para el equilibrio de la persona hasta el punto de alterar completamente el organismo con consecuencias, en algunas ocasiones, irreversibles. Promesas y más promesas sin el control de buenos profesionales. Eso sí que debería estar perseguido por la ley. Pasar de los bocadillos, los potajes, los huevos fritos con patatas, los embutidos, los dulces y las cervezas de los partidos de liga a la hoja de lechuga, el pollo a la plancha y la manzana o la piña, así, de golpe, sin preparación alguna. Pasar de las 2000 calorías a las 500 de rigor, ¡¡¡y sin pasarse, ¿eh?!! a base de sacrificios infundados, perversiones nutricionales; vamos, cerrando el pico sin apenas criterio. ¡¡¡Qué duro!!! Pero lo más duro es comprobar que todavía hay mujeres hechas y derechas, cultas y cultivadas, que escuchan esos cantos de sirena y se creen a esos parlanchines y parlanchinas de pacotilla. ¡¡¡Alerta!!!
En fin. Yo he hecho mi operación bikini, estoy haciendo mi operación bikini desde hace un año, con la ayuda de Bibiana, mi querida y abnegada dietista, la que me sonríe siempre cada viernes, la que nunca me regaña si gano algunos gramos durante la semana, la que comprende mis “pecados” y mis debilidades, la que me anima a seguir cuidándome (mil gracias desde aquí, de verdad). He adelgazado unos quilos, sí, estoy más ágil y alguien me dice que ya no ronco, pero sigo teniendo mis mofletes, mis curvas y mis redondeces (si no, ya no sería yo) y me gusto. Porque eso -además de la salud, por supuesto y por encima de todo- es lo importante, estar a gusto en la propia piel, gustarse, seguir gustándose. Porque en eso está la verdadera recompensa: llevar un bikini a gusto, con gusto, con seguridad y con arte es la mejor “operación bikini”.

Por cierto, ayer hice una ensaladilla rusa para chuparse los dedos (receta de mi madre). Es que hoy tengo cenita con los amigos. Y, mañana, comida familiar. Y pasado...
Lo dicho, ¡3 hurras por la operación bikini!