domingo, 25 de noviembre de 2012

CARTA A MIS QUERIDOS POLÍTICOS

Mis queridos políticos y demás personas que ostentan un cargo público, económico o judicial -y, por ello, tienen la enorme responsabilidad de tener mi vida, mi bienestar, mi seguridad y mi futuro en sus manos-,

Les escribo esta carta porque estoy muy preocupada por ustedes.

Sí, resultará extraño y un tanto paradójico que una ciudadana cualquiera, en vez de alarmarse por la situación tan nefasta que estamos viviendo y manifestarse en contra de las injusticias, muestre una cierta sensibilidad por ustedes.

Mis queridos políticos (presidentes, alcaldes, diputados, ministros, asesores, directores, etc. etc.), ¿cómo están?, ¿cómo se encuentran? ¿Pueden dormir bien cada noche?, ¿sufren de insomnio,? ¿y de estreñimiento?, ¿tienen pesadillas, ¿padecen de cefalea?, ¿cómo llevan las cervicales?, ¿sufren de ansiedad o de depresión?, ¿viven episodios de estrés en general? ¿O, sencillamente, están tristes, desanimados y desesperanzados?

Se lo pregunto porque yo, con todo lo que está cayendo, sí que estoy viviendo y sufriendo en mis carnes, un día sí y otro también, todas estos síntomas y, cuando tengo que echar mano de fármacos para combatirlos, siempre me vienen a la cabeza sus rostros, siempre impasibles, sonrientes, impermeables, y sus palabras, siempre vacías, falsas, inoportunas, y me pregunto, mis queridos presidentes y demás políticos:
Cuando eran pequeños, ¿sus papás y sus abuelos no les decían que era feo mentir, que con las mentiras no se iba a ningún sitio, que se pillaba antes a un mentiroso que a un cojo? ¿Acaso no les enseñaban que mentir y engañar era de cobardes, que siempre había que ir con la verdad por delante aunque eso supusiera una reprimenda o quedarse sin tele o sin salir con los amigos? ¿Acaso no les decían que la mejor manera para no mentir, par no recurrir a la mentira, era hacer las cosas bien?
Cuando eran pequeños, ¿no les decían que, si hacían algo mal, debían reconocerlo y asumir la responsabilidad en vez de echar la culpa a otro o, sencillamente, decir “yo no he sido”?
Cuando eran pequeños, ¿sus papás no les decían que no se podía hacer trampas cuando jugaban al parchís o a las cartas o a cualquier otro juego? ¿No los insistían en que los tramposos siempre eran rechazados por los compañeros y los amigos, que nadie quería jugar con los tramposos y los mentirosos ni tenerlos como amigos y que había que echarlos del juego?
Cuando eran pequeños y se acercaba la época de Navidad y Reyes Magos o el día del cumpleaños, ¿acaso sus papás y sus abuelos no les decían que no se debía ser egoísta ni ambicioso, que los Reyes Magos traerían lo que buenamente pudieran porque había más niños que también querían juguetes? ¿No les decían que había que ser humilde y generoso y, sobre todo, pensar si se habían portado bien para merecer tantos regalos? ¿No les insistían en que había niños que no tendrían regalos y que había que pensar en ellos?
Cuando eran pequeños, ¿sus papás y sus abuelos no les decían que robar era pecado?
Cuando eran pequeños e iban al parque, ¿sus papás no les decían que había que compartir el cubo y la pala con los otros niños que no tenían juguetes?
Cuando eran pequeños, ¿no les decían que no se podía hacer daño a nadie, que no se podía pegar a nadie, ni escupir, ni tirar de los pelos, ni empujar, que debían ser niños buenos y portarse bien?
Cuando eran pequeños, ¿no insistían en que si lo hacían, si mentían, si pegaban, si cogían cosas que no eran suyas, si empujaban, si hacían daño a alguien, debían pedir perdón y decir que nunca más lo volverían a hacer?
Cuando eran pequeños, ¿no les decían que las cosas se debían hacer siempre bien porque era su obligación y nunca para conseguir una recompensa?, ¿que había que estudiar, ordenar la habitación y ser cariñosos por el simple hecho de hacerlo, que la única recompensa era la propia satisfacción por el trabajo bien hecho?
Cuando eran pequeños, ¿no les decían que el interés, el trabajo, el esfuerzo y la constancia eran las únicas herramientas para sacar buenas notas, que no valía hacer chuletas, copiar o chivar -en definitiva, hacer trampas- en los exámenes?
Cuando eran pequeños y pretendían justificar sus malas acciones con promesas como “mamá, te prometo que no lo volveré a hacer”, ¿acaso no les decían que las palabras se las lleva el viento, que lo único que vale son los hechos?
Cuando eran pequeños y no cumplían sus promesas, ¿acaso sus papás no apelaban a la responsabilidad, a la honestidad, a la sinceridad,a la bondad, a la seriedad y al compromiso?
Cuando eran pequeños, ¿sus papás y sus abuelitos no les decían que...?

¿Se acuerdan? Yo sí me acuerdo de todo eso que me decían mis padres y mis abuelos y mis profesores cuando era pequeña y, ahora que ya soy mayor, procuro tenerlo siempre presente. A veces cuesta mucho, más de lo que debería, pero no cejo en el empeño de ser humilde, trabajadora, honesta, generosa, solidaria, coherente y consecuente (quizás sea esto último lo que más cuesta). ¿Y ustedes? ¿Ustedes lo tienen presente o han hecho tabula rasa de todas aquellas enseñanzas que recibieron y de todos esos valores que les inculcaron desde que nacieron? Si me permiten ser sincera, me parece a mí, visto lo visto y oído lo oído, que ya se han olvidado de todo eso, y yo vuelvo a preguntar:
¿Dónde fueron a parar tantos años de educación, de ética, de diálogo, de esfuerzo para que ustedes fueran, sencillamente, buenas personas? ¿Se han planteado alguna vez cómo se deben (deberían) de sentir sus padres, sus abuelos, sus maestros cuando los ven y los oyen prometer en vano, mentir sin escrúpulos, falsear en aras del propio beneficio? Si algunos de ellos levantaran la cabeza...
Y ustedes, ¿cómo se sienten? ¿Pueden vivir tranquilos con todo lo que esta pasando? ¿No se sienten culpables o, como mínimo, responsables? ¿Cómo están sus conciencias? ¿Hacen acto de contrición? ¿Van a misa?, ¿y se confiesan?, ¿y qué le dicen al sacerdote? ¿Cómo pueden sobrellevar la enorme carga que suponen los suicidios de esas personas que se vieron obligadas a dejar sus casas, los heridos que sólo intentaban manifestarse por una vida mejor y más justa, los parados, los jóvenes universitarios que no tienen otra opción que salir del país? ¿Cómo pueden llevar sobre sus hombros la muerte de personas por la mala gestión y la avaricia y la ambición...? ¿Cómo pueden seguir sonriendo y seguir prometiendo  sabiendo que están destruyendo la educación, la sanidad, la información, la cultura, el bienestar, en definitiva, el futuro de este país? ¿Cómo pueden seguir apoyando y manteniendo en sus cargos a auténticos ladrones, estafadores, incompetentes? ¿Cómo pueden seguir viviendo? Lo que les decía al principio, ¿no sufren migrañas, insomnio, estreñimiento, ansiedad? Por lo que parece, no, porque, si no, no me lo explico.
Pero lo peor no es esto, lo peor es: Con todo este panorama, mis queridos políticos, ¿cómo se atreven a reclamar nuestro voto, cómo se atreven a pedirnos confianza y paciencia, cómo se atreven a mirarnos a la cara y seguir hablando como si no pasara absolutamente nada? ¿Acaso nunca les enseñaron sus papás y sus abuelos que, cuando hacían algo malo, tenían que agachar la cabeza y estar calladitos... mientras esperaban el castigo?