sábado, 14 de abril de 2012

DE MODAS y "MODAS"

¿Saben que es lo que más odio de la llegada del buen tiempo? Los pikis. ¿...? ¡Sí, hombre! Aquellas “fundas” de media de color carne que se ponen muchas mujeres y también algunos hombres en los pies para poder llevar los zapatos sin medias ni calcetines sin problemas de dolores ni rozaduras. Es un gran invento, lo reconozco, porque, efectivamente, gracias a ellos, se evita llegar a casa con los pies sangrando por el talón o con bombollas en el maldito juanete. Sí, señor, chapeau por su inventor. Pero una cosa es utilizarlo para tu comodidad y mantenimiento de tus lindos pies y otra cosa es hacer alarde de ellos trasgrediendo toda norma de estética, pateando el buen gusto; rayando, incluso, la “horterada”. Me explico. No puedo evitar –ni quiero, todo hay que decirlo- sonreír maliciosamente cuando, en una reunión de esas, informal, todo sentados formando un círculo (oseasé, una reunión con tiempo para todo, para escuchar y tomar apuntes, para hacer la lista de la compra, para ir planificando las vacaciones y, también, movidos por la curiosidad humana y el chafardeo más atávico, para otear el panorama pensante y hacer una repasada a modos y maneras de vestir) a principios de la temporada de canícula, cuando se ven los primeros tirantes, las primeras bermudas, las primeras faldillas y las primeras sandalias o mocasines de verano, observo algún espécimen llevando con toda dignidad y orgullo unos cómodos zapatos veraniegos, elegantes, sobrios a la par que informales, y de ellos sobresalen tímida e irreverentemente unos extraños ribetes de un material y un color un tanto impropio y desfasado para la ocasión y la circunstancia. En algunas personas, gracias a los dioses, ese ribete es mínimamente visible, lo que induce a pensar que se ha preocupado para que no se vea y el natural movimiento le ha jugado una mala pasada. Tranquilos, en cuanto se dé cuenta, completamente avergonzado, subsanará el problema en aras del bienestar y el “bienpensar” de los presentes. El problema viene cuando ese ribete sobresale escandalosamente de unos mocasines blancos –el color del verano, no me lo negarán-, beig o, incluso, azul marino y ocupa más superficie carnal de lo debido haciendo de esos pies y de esa horrenda combinación una auténtica apología del mal gusto e, insisto, de la “horterada”. No sabría decir si es por solidaridad de género o porque ya nos hemos acostumbrado a ver tal desafortunado espectáculo en las mujeres; el caso es que entre el sexo femenino, la cuestión parece más aceptable. Incluso cuando esos queridos pikis se alían con unas frescas sandalias o unas recuperadas y actualizadas manoletinas provocando un delirante festival de costuras, pequeñas carreras y arrugas. Lo peor, sin embargo –y corriendo el riesgo de que se me acuse de feminista- viene cuando uno se da cuenta de que el que (atención, estamos hablando de él, no de ella) lleva a cabo tan tamaña empresa lo hace con toda la prestancia de ánimos como si aquella lamentable, irrisoria y antiestética combinación hubiera salido de la última colección de Jean Paul Gautier o de la de Tom Ford. Es entonces cuando se debe apelar a la prudencia y a la contención para no caer en la tentación de soltar una carcajada o comentar con el de al lado, si es de confianza, entre jocoso y compasivo, tal descubrimiento en el caballero sentado justamente en frente de una servidora. Es entonces cuando se echa de menos un manual, como el de los buenos modales en la mesa, que trate cuestiones tan cotidianas, pragmáticas y, aparentemente, tan insignificantes, como el uso y abuso de los pikis. Ya tengo el título de tan necesario capítulo: Pikis: de la horterada a la oculta elegancia (o al revés), ¿qué les parece?
También debería haber otros capítulos. El otro día, sin ir más lejos, en el metro que me lleva a mi abajo, me fijé en una mujer, bien maquillada, con un peinado también perfecto, muy elegante con su traje de chaqueta, falda y americana,... hasta que, con la intención de seguir admirándome con sus zapatos, mi mirada cayó en picado sobre unas espeluznantes marcas en las medias negras, justo en la zona del empeine. Han acertado, se trataba de los redondeles que provoca el talón en las medias debido al uso y al roce, visibles solamente cuando éstas están puestas del revés. Vamos a ver, señora. Muy mona, usted, pero, ¿es que no nos fijamos cuando nos vestimos? Vale que nos levantemos pronto, vale que estemos dormidas, vale que siempre vayamos con prisas pero, por favor, cuando nos pongamos las medias, vigilemos que nos las ponemos correctamente y, si no, como lo haríamos con cualquier otra prenda de vestir, nos las quitamos y nos las volvemos a poner del derecho, ¿no?
Y lo mismo ocurre con las hombreras, esos trozos de almohadilla –ahora un tanto desfasados pero siempre pendientes del hilo de la moda-. Hay que ponérselas correctamente, tanto si están cosidas a la blusa o la americana como si nos las sujetamos con el tirante del sujetador. La cuestión es que queden bien colocadas, simétricas y perfectamente acopladas al hombro. No es por nada. Sólo que, si no es así, una puede parecer contrahecha o ligeramente descompensada...
Y, ¿qué me dicen del pintalabios? Que sirven para eso, para dar color y resaltar los labios. Sólo los labios. No las comisuras, no parte del labio superior –llamado comúnmente bigotillo- ni, por supuesto, los dientes. Porque, la verdad, no sabes qué cara poner ni cómo reprimir la risa cuando te das cuenta, en una animada conversación, de que a tu interlocutora se le ha ido la mano con el Channel Rouge número 10. Ni cómo decirle de manera discreta, sin ofender, que vaya al lavabo y que se mire en el espejo enseñando dientes (como la Pantoja dijo en su día).
Aunque, pensándolo bien, no sé de qué estoy hablando si hoy en día lo que se ve, lo que se tiene que ver es todo, absolutamente todo. ¿Qué más da enseñar los pikis si lo más normal (esta palabrita me lleva de cabeza, ¿en qué consiste, hoy en día, ser normal?) es enseñar el elástico del calzoncillo o de la braga, eso sí, de marca? Sólo falta que a alguien se le ocurra la idea de hacer “pikis” de marca. Entonces sí que será normal, atractivo y moderno enseñar esas dichosas “fundas” de media de color carne con el logotipo y las iniciales de esos dos diseñadores italianos. ¿Se imaginan?
¿Qué más da que la hombrera esté mal puesta si hoy hay que llevar camisetas que muestren el tirante del sostén? Si es que, la que no los enseña no está en la onda. Dentro de poco, ya verán, diseñarán prendas con las almohadillas por fuera y, entonces, se acabará el problema...
Y respecto al pintalabios, ídem de ídem. Si ya hay una tendencia estética que ensalza los ojos completamente negros de khol, con mucho eyeliner y kilos de rimel en las pestañas, como si te hubieras maquillado mal –por exceso- o te hubieras desmaquillado todavía peor –por defecto-, pronto llegará la moda de cubrirte toda la boca, labios, comisuras y dientes incluidos, con pintalabios. Hará furor. Si no, al tiempo. Lo malo será cuando nos quieran imponer el total maquillaje con gloss, de esos que te dejan los labios muy brillantes, sí, pero tremendamente “enganchosos”. Toda la boca, los labios, el bigotillo, los dientes, todo cubierto con esa especie de resina que nos impedirá hablar, sonreír, comer con normalidad porque tendremos que ir, para evitar pegarnos, como auténticas muñecas hinchables...