sábado, 7 de enero de 2012

SE ACABÓ

Bueno. Ya está. Finito. Sefiní. Se acabó. Ya ha pasado. Una más para contarla. Y ya, hasta el año que viene. No, no se trata de la gripe (quizás, en función de cómo se viva, es peor). No, no crean. Me gusta mucho. Cuando se acerca, me ilusiono pensando en ella pero hoy puedo decir que, por fin, se acabó. Sí, lo han adivinado. Me refiero a la Navidad. Hoy doy por acabadas las fiestas navideñas. ¿Que cómo lo sé? Muy sencillo. Tengo cuatro poderosas razones. Primera: porque, por fin y de una vez por todas, se han acabado todas las sobras de las comilonas navideñas, léase, turrones, salsas, patés, frutas exóticas, panes varios y un montón de delicatessen más. Está muy bien esto de no tirar nada, pero, como cada año por estas fechas, he acabado aborreciendo el foie, el jamón de Jabugo, los barquillos rellenos de turrón y el cava (para que yo diga esto, por Dios… Qué triste es mi vida…). Segunda razón: porque hoy, en casa, los papeles dorados, los adornos navideños y los lazos de colores han dado paso a las bolsas con un único título: REBAJAS. Por favor, cómo estaban las tiendas hoy. Qué locura: colas para entrar, colas para acceder a los probadores, colas para pagar. Ni que se acabara el mundo, por favor. Codazos por aquí, miradas de reojo por allá, pisotones por acullá. Apenas he durado una hora y media entre la vorágine consumidora. Todo por agenciarme algunas prendas que hacían exactamente 48 horas valían el doble... Cómo se pone la gente por unos trapillos de nada... Pero la razón más poderosa para mí para dar por concluidos los fastos navideños es la tan ansiada vuelta a la normalidad: la casa ha recobrado sus habituales colores (los papanoeles rojos, las estrellas doradas y los adornos de purpurina, en fin, todo lo que convierte tu casa en una especie de feria choquetín con tantos brillos y luces que necesitas unas gafas de sol para ir de la habitación a la cocina, un año más ha regresado a la oscuridad de una caja que ya está en el altillo), la cocina vuelve a estar ordenada (sin copas, salseras ni bandejas por medio y con la pata de jamón dando sus últimos coletazos), los armarios se han vaciado de regalos escondidos y, por fin, mañana, domingo, podré disfrutar de una apacible y silenciosa mañana de lectura del periódico, la revista dominical y sus correspondientes suplementos. ¡Ah! Y, por supuesto del vermut...
Pero, ¿cuándo empieza todo? Para mí, comienza con un email de mis hermanas antes del puente de la Constitución: "Para que no nos pille el toro como cada año, ¿por qué no empezamos a elaborar la lista de Reyes? Mamá ya ha comentado que le apetece un conjuntito de lana de color verde hoja y unas medias a juego... (hay cosas que no cambian) Por cierto, ¿cómo nos organizamos? Yo preparo la cena de Nochebuena porque vienen mis suegros. Fin de año, donde siempre, en tu casa, ¿no?". Ese es el pistoletazo de salida y, a partir de ese momento, los acontecimientos se aceleran: lotería de Navidad (la del trabajo, la de siempre, la de la pescadería, la del kiosko, la de… Y así, entre boletos, participaciones y billetes enteros, un pastón me he gastado este año…, total para que sólo me toque el reintegro de cinco euros); cena de empresa (misa, cena fría, bromas ridículas, discurso del jefe y entrega del lote, total, unas dos horas y media de paripé laboral. Y que lo pueda seguir contando, con la que está cayendo); compras en el mercado y en el súper (otro pastón en pijaditas comestibles para luego acabar aborreciéndolas, ¿cuándo aprenderé?); cena de Nochebuena (la preparaba mi hermana mayor pero no fui porque cogí una galipandia que me dejó a 39 de fiebre que bajaron después de 11 horas durmiendo); comida de Navidad (en casa de la familia política, intentando rechazar con educación la consabida sopa de galets con la pelota de carne –lo siento, es superior a mis fuerzas. No trago ni el cocido de mi madre- y aguantando las bromitas de las hermanas, cuñados y demás parentela que veo de uvas a peras. Otro día lo cuento con más detalle); cena de Fin de Año (este año me ha tocado a mí prepararla, ¡14 personas!, ¡ahí es ná! No es porque sea yo pero la mesa, preciosa; la comida, exquisita; los detalles, impecables; las uvas, en su bolsita correspondiente junto con el cotillón; hasta compré polvos dorados para el pelo -a ver si nos traen suerte este año, si no por lo del dorado, al menos que sea por lo del polvo...-. Y después de los brindis y las supersticiones, algo de oro en la copa, un billete en la patilla de las gafas (hay que ver lo que llegamos a hacer por un pellizquito...), las lentejas se quedaron en la cocina…, después de los abrazos, los deseos y un "binguito", ya me ven a mí, a eso de las tres y media de la madrugada, con la peluca dorada y el antifaz de purpurina, tacones y vestidito fino, muy puesta yo, fregando nosécuántas copas, tropecientos platos, parecía que no se acababan nunca, ochocientos mil cubiertos de todo tipo y una infinidad de bandejas. ¿Parece esto una in-directa para que el año que viene los Reyes Magos me traigan un lavavajillas? Pues sí.) Seguimos con más escenas de Navidad. Las compras de Reyes (mucha planificación pero hasta última hora buscando una mochila para mi sobrina mayor. La madre, o sea, mi hermana, desesperadita, y nosotras, o sea, mi madre y yo, de apoyo moral acompañándola por todas las papelerías, tiendas de deporte y centros comerciales de Barcelona. Mi otra hermana, con las niñas para que no sospecharan nada. Ya lo digo yo, quien dijo que los reyes son los padres –y tíos, abuelos, etc.- se quedó descansando). Con la mochila todavía en el coche, cabalgata de los Reyes Magos (el año que viene, voy a ir con el casco de la moto porque durante las tres veces –sí, lo han leído bien, tres veces- que vi las carrozas y demás coches repletos de regalos y carbón, recibí unos siete caramelazos en la cara. Me llega a caer otro y denuncio a toda la comitiva real). Y, en medio de tanta entrañable escena navideña, un viajecito al sur, encuentros con los amigos, paseos nocturnos para ver las calles adornadas, alguna que otra sesión de “soffing”. Y, de todo lo que planeé que haría durante las vacaciones, nada de nada.
Pero lo mejor de las fiestas es ver la carita de mis tres sobrinas ante los regalos que les habían traído Melchor, Gaspar y Baltasar y comprobar otro año cómo la sorpresa, la ilusión y la magia bien valen tanta espera y tantos esfuerzos.
¡Ah! Se me olvidaba la cuarta razón para echar el telón a esta Navidad. El lunes empiezo el regimen ¡jua, jua! El pan y el alcohol, fuera ¡jua, jua, jua! A partir de ahora, verdurita y pescadito a la plancha ¡jua, jua, jua, jua! Se acabaron los turrones, el chocolate y las galletas ¡jua, jua, jua, jua, jua! Y, por supuesto, nada de picar entre horas ¡jua, jua, jua, jua, jua, jua! Además, un poco de ejercicio cada mañana antes de ir a trabajar, no subir en ascensor e ir caminando a todas partes. ¡¡¡¡Jajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajaja!!!!
Hasta el año que viene.