sábado, 24 de diciembre de 2011

MI REGALO DE NAVIDAD

Hace siete años que llevo una doble vida. Hazme la maleta que me voy. De esta manera, el señor X pone fin a una vida en común de doce años con la señora Y. Doce años de dedicación, de atenciones y sacrificios para hacerle la vida más agradable y placentera. Doce años posponiendo planes, supeditando sueños, robando tiempos al tiempo. Y ella, con un gran interrogante sobre la cabeza, le hace la maleta sin saber bien qué está pasando. Y él, con una gran exclamación entre las piernas, se larga con la maleta hecha sin dar más explicaciones. Y así, patética, cruel e inexplicablemente, la señora Y empieza a sentirse cada vez más ratoncito, pequeño, desvalido, vulnerable, con un sentimiento de culpabilidad que no le permite calibrar objetivamente ante quién y qué situación se encuentra y con una cortina de lágrimas que sólo le deja ver una sombra femenina llena de incertidumbres, reproches, miedos y acusaciones hacia el otro y, sobre todo, hacia ella misma. Y empieza el declive y, con él, la bajada paulatina y sin remisión de la autoestima.
Queda con su mujer amiga, soltera y estupenda, para ver si algún consejo de los suyos –siempre resulta más fácil verlo todo desde la barrera- le ayuda a salir adelante ante esta situación tan esperpéntica e hiriente. Y, efectivamente, su amiga -sabia como la que más, bruja como nadie- le cuenta que el ser humano es como una mesa. El "yo" de cada uno es el sobre de la mesa, aparentemente sólido, firme, autosuficiente y bien pulido. Y cada uno elige el número de patas sobre las cuales se quiere apoyar. Hay gente que sólo se apoya en una sola pata, la de la pareja, y dice ser feliz, y dice estar satisfecha, pendiente de que esa pata no se resquebraje, no cojee, y la cuida, la pule, le da brillo sin pensar, sin valorar nada más –¿a qué le sonaba eso? Estaba haciendo su retrato robot, la muy puñetera-. Otra gente se apoya en la única pata del trabajo y le dedica horas y horas, fines de semana, vacaciones incluso, sin tener en cuenta que se puede apoyar en otras patas si quisiera y lo permitiera –ése era el caso de su marido o eso creía. El muy cabrón tenía una putita, digo una patita más-. Y otra que considera suficiente cuidar una única pata, la de los amigos, y rechaza cualquier atisbo que pueda proceder de otras. Y, claro, la pareja decide largarse para encontrarse a sí misma, la empresa cierra y ya no precisa de los servicios de un tan fiel servidor o los amigos sientan la cabeza y a duras penas pueden quedar para recordar viejos tiempos. Y, naturalmente, ante la ausencia o rotura de la única pata, el sobre de la mesa, el yo de cada uno, se desmorona, se cae y se hace añicos –así estaba ella, hecha añicos-. Y sólo con tiempo, paciencia, fortaleza personal y ganas, muchas ganas, se pueden recoger los trocitos de lo que fue una hermosa mesa de una sola pata e intentar reconstruirla sin fisuras. Sólo así, viendo cómo el sobre de la mesa empieza, de nuevo, a tener su forma original –aunque, no nos engañemos, nunca será la misma, ni ganas, ya había aprendido la lección-, la autoestima inicia su trayecto de subida.
Y después de tantas patas rotas, después de tantas inútiles reconstrucciones con pegamento y parches, la lógica y el sentido común empiezan a jugar sus cartas. Vamos a ver, si el sobre se apoya en una sola pata, está claro que, cuando ésta falle, se quede coja o se resquebraje, la mesa se irá a freír espárragos. ¿Qué habrá que hacer, entonces? Sencillamente, apoyarse en más patas.
Y dicho y hecho.
Algunos años después de la gran hecatombe sentimental que había sufrido, el sobre de su yo ya no estaba encima de una única pata sino que contaba con más de una, y de dos, y de tres... Su vida ya no giraba en torno a una única y exclusiva cosa, ya no era sólo de su pareja –el dueño de la floristería del barrio-, o de su trabajo –se refugió en él y la nombraron encargada-, o de su familia –mira, en el fondo, te ha hecho un favor al largarse, era un auténtico inútil-, o de sus amigos –no te lo dijimos porque te apreciamos pero ya estábamos enterados de lo de tu marido con esa pelandusca...- (Obligada reflexión, si todo el mundo sabía lo idiota e infiel que era el marido, ¿por qué nadie se lo advirtió?). Todo lo contrario. El sobre de su mesa se fue enriqueciendo, embelleciendo y reforzando por una pata, la de su familia; por otra, la de sus amigos; por la de su pareja, la de sus hobbies, la de su trabajo, la de sus sueños, la de su pasado, la de su presente, la de su futuro... Así, si una de las patas se pudría o se veía atacada por la carcoma, sabía que podía estar tranquila, que el sobre de la mesa no se volvería a hacer añicos y que su autoestima, aunque tambalease, no sufriría una caída en picado.