domingo, 21 de diciembre de 2014

ENCRUCIJADAS (o una lección de humildad)

Historias. Siempre me han gustado las historias. Desde que tengo uso de razón, mi cabecita ha ideado mil historias y, desde que sé escribir, me ha fascinado eso de ponerlas por escrito. Y aún sigo. Me gusta escribir. Soy feliz escribiendo. Lo peor de todo es que (todavía no sé si por suerte o para mi desgracia) siempre me han dicho que no lo hago tan mal. Y eso (por suerte o para mi desgracia) me da alas para seguir escribiendo. Al principio, fueron unos concursos escolares; a continuación, cuentos infantiles cuando caía enferma; más tarde, unos poemas adolescentes; en tiempos universitarios, me aventuré con versos más comprometidos; de mayorcita, me atreví con una novela juvenil y ya, por fin, me dejé seducir por una historia que me rondó durante un par de años y acabé escribiendo mi primera novela "seria". Horas libres, fines de semana, un verano entrero escribiendo. Y fui feliz, muy feliz. No me importaba nada. Sólo quería escribir. Era como si una fuerza superior me arrastrara, primero, a la pluma y el papel y, más tarde, al reto de la pantalla en blanco. Quería escribir. Necesitaba escribir. Y lo malo era que, cada vez que dejaba algún capítulo para leer, me seguían diciendo que no lo hacía tan mal, que escribía bien. Y eso me dio alas, muchas alas (está claro que si alguien me hubiera dicho "mira, nena, escribes fatal, dedícate a otra cosa", lo habría dejado y, quizás, me habría ahorrado muchos sinsabores).
Después de acabar la novela (yo, ilusa de mí, pensaba que ya estaba. No sabía que aquel ejemplar de trescientas y pico páginas sólo era el primero de muchos, muchísimos borradores), en vez de dejarla en el fondo de un cajón como hacía con todo lo que escribía, la mandé a varias, muchas grandes y prestigiosas editoriales (me gasté un montón de pasta en fotocopias y correos) imaginándome cómo sería la llamada que me llevaría al olimpo de las grandes plumas. Menudo bofetón. Todavía guardo las cartas en las que se rechazaba, muy amablemente, mi "obra". Después de decenas de negativas y sumida en un agujero negro lleno de cruda realidad -fracaso, deceoción, desánimo, autoestima baja...-, decidí no achantarme (pero, por Dios, cómo habría agradecido un "nena, en serio, déjalo ya, dedícate a otra cosa. Esto, definitivamente, no es lo tuyo") y me apunté a la Escuela de Escritores del Ateneu de Barcelona. Allí, rodeada de ilusas e ilusos como yo y de grandes profesionales de la escritura (eternamente agradecida a Pau y a Mercedes), me enseñaron todo de lo que adolecía mi novelita. Aprendí las técnicas, los secretos, las normas que debía seguir si quería escribir decentemente unas cuantas páginas. Sometí mis palabras, una a una, a una crítica feroz, corregí no sé cuántas veces los capítulos, cambié el orden de las escenas, volví a corregir. Qué cura de humildad eso de sentirse y ser evaluada constantemente; qué duro eso de "este capítulo no sirve, vuelve a escribirlo". Después de tres años de formación en la escuela y de otros dos años releyendo, corrigiendo y reescribiendo, la di por finalizada y volví a mandarla a no sé cuántas editoriales grandes y pequeñas, solventes, pretigiosas, independientes, recién nacidas... esperando, ahora sí, la esperada respuesta afirmativa. Volvieron a rechazarme, bueno, a ella, a la novela (otro doloroso bofetón en el ego y en el alma) pero algo había cambiado: A pesar de decir que no, que no podían aceptarla, en las respuestas se leía algo diferente ("la novela está bien escrita", "la novela tiene mucho potencial", "la novela suscita mucho interés"... Quiero creer que no lo decían para quedar bien. No era necesario. Con un no hubiera bastado). Y eso me volvió a dar alas para seguir intentándolo. Pasado un tiempo y con un cierto espíritu de humilde derrota, oí cómo alguien me animaba a utilizar otros métodos de publicación, vamos, que la colgara en internet (http://www.amazon.es/ENCRUCIJADAS-Mamen-Gargallo-Guil-ebook/dp/B009991H5A). No me gustaba la idea; todavía soñaba con ver en papel mis palabras y mi nombre en una portada. Pero lo hice. No sabía cómo funcionaba el asunto pero lo hice. Correos electrónicos, facebook lo confieso, todavía no me he metido en twitter), "flyers", blogs, webs. Hasta hoy. 
Al principio, la compraron algunos amigos y mis familiares. Y luego cayo en el más profundo y amargo de los olvidos. Y yo también decidí olvidarme de mi pretensión. Y no volví a escribir. Había entendido la lección. Debía reconocer y asumir que, definitiva y dolorosamente, eso de montar historias, recrear personajes y ponerlos negro sobre blanco, eso que me hacía tan feliz, no era lo mío. Debo confesar, sin emabargo, que no dejé de escribir del todo, nunca he dejado de hacerlo. Escribía, sí, pero sin ningún tipo de ánimo. Hasta que un buen día, alguien "colgó" una crítica. Llamé a mis hermanas y a mis amigos para preguntarles si habían sido ellos. ¡Menuda sorpresa! ¡No! ¡Ellos no habían hecho nada, no sabían de qué les estaba hablando! Se tenía que tratar de alguien desconocido que había comprado la novela, la había leído, le había gustado y había querido compartirlo. Un lector. Tenía un lector. Entré en la web para intentar saber algo más y me encontré con una gráfica plagadita de puntitos rojos que indicaban los ejemplares vendidos. No tenía un lector, tenía varios lectores (vale, no son los miles de lectores que tienen María, Carlos, Dolores, pero eran lectores, mis lectores). ¡Qué subidón! Sí, mi novelita se estaba vendiendo, poquito a poco y con humildad. Y hasta hay gente que ha colgado alguna crítica más, y no son malas... Y no los conozco (que ya sabemos que la familia te compra lo que sea). Y qué quieren que les diga: humildemente, soy feliz.

Y ahora me animo con un "booktrailer" (http://vimeo.com/115381696) y con otra novela.

PD. FELIZ NAVIDAD

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