sábado, 17 de noviembre de 2012

PATADAS EN EL DICCIONARIO (o todos somos la RAE)


“No, hija, muchas gracias, pero no quiero LSD en mi casa”. Con estas palabras, respondió mi madre, muy convencida ella, a la respuesta de si quería que les pusiéramos Internet en casa. ¿¿¡¡LSD, mamá!!?? “Sí, hija, es que tengo miedo de engancharme con eso... -argumentaba mi santa madre, muy digna ella-. Mira la vecina del quinto; desde que se lo puso, no para con los mails y ya dice que no puede vivir sin él”. Pero mamá... “Que no, no insistas, he dicho que no quiero LSD y no quiero LSD”. Chico trabajo me costó convencerla de que no se trataba de LSD o de cualquier otro tipo de estupefacientes sino de ADSL (mirándolo bien, Internet se ha convertido en una de las drogas más potentes del siglo XXI y ya llevamos unos años oyendo de la adicción a las nuevas tecnologías. Ya hay unidades clínicas para tratar a aquellos que están enganchados al mail, al whatsapp o al facebook...). “Tú ya me has entendido, ¿no?”, fue lo que me dijo. Y tan tranquila...
Y es que mi madre es experta en hacer que la lengua, aquello que los ilustres de la RAE defienden como un sistema que se tiene que adaptar a los hablantes, sea un organismo vivo -valga el pleonasmo-. Y tanto que es un organismo vivo; que se lo digan a ella que, cada dos por tres, le da la vuelta a las palabras y a las estructuras sintácticas. Hace unos meses, yo misma lloraba de la risa al oírla decir “hija, ¿tienes "sicolina" en casa? (ahora mismo, este palabra, sicolina, aparece en la pantalla de mi ordenador subrayada con una patata ondulada de color rojo. Coloco el cursor encima de ella y... ¡sorpresa! ¡Esta palabra no existe!) Perdona, mamá, pero ¿qué me has pedido exactamente? Hay, hija, últimamente estás muy espesa (¡espesa, yo...!), te he pedido sicolina, sí, hombre, lo que tenéis en casa para las baldosas del baño... (Pero qué buena es mi madre enriqueciendo el léxico español. Si los de la RAE tendrían que cederle una letra y todo...)
Pero ella no es la única.
Cuando yo era jovencita (más jovencita que ahora porque todavía sigo siéndolo, ¿eh?), una tarde llegué a casa hecha polvo. Había tenido tres exámenes aquel día y, la verdad, estaba cansadísima. Debía de hacer muy mala cara porque, en cuanto entré en el portal, la señora portera, que estaba distribuyendo el correo en los buzones, al verme, me dijo: “Niña, qué mala cara llevas, ¿que tienes la monstruación? (Atención, otra palabra que no existe pero que forma parte de ese organismo vivo que es nuestra lengua...) ¡¿La monstruación?! Sí, niña, la regla. Es que tienes muy mala cara. ¡¡La menstruación!! Vale que yo viva la regla como si fuera un auténtico “palo” pero de ahí a relacionarla con los monstruos...
Hace unos años, una amiga, sabiendo que otras amigas y yo nos habíamos quedado hasta tarde para preparar la declaración de renta, vino a vernos a casa y, sonriente, nos dijo: “Qué, en pleno aborigen, ¿no?” Mis amigas y yo nos miramos extrañadas, como preguntándonos qué demonios quería decir aquello del aborigen, y, al ver que no respondíamos, mi amiga nos lo aclaró: “Tantos nervios, tantas prisas, tantas horas, menudo aborigen estáis viviendo”. ¡¡¡Acabáramos!!! ¿Acaso quería decir vorágine? No nos atrevimos a rectificarla en su error: era nuestra jefa... La cuestión es que sigue siéndolo y, cada vez que entramos en una etapa de prisas, de nervios, de preparación para alguna auditoría, ella, para tranquilizarnos, siempre nos dice: “Que no os invada el aborigen. Ante el aborigen que se acerca, lo mejor es mantener la calma...” Huelga decir que, cada vez que menciona esa palabra en lugar de la otra -no pocas veces a lo largo del año-, mis amigas y yo hacemos esfuerzos supremos para no mirarnos y, sobre todo, para que no se nos escape la risa delante de ella... Pero cada vez es más difícil porque ella, como mi madre, es una experta en renovar el vocabulario: absoleto (otra palabra que no existe) por obsoleto, pipti pipti por fifty fift (aquí, como pueden observar, hace una gran aportación al inglés...); morroña (me suena al anuncio de yogures jorroña que jorroña) por morriña o casualística por casuística (qué manera de complicar la lengua, Dios mío). Además, como se debe aburrir con los refranes o las frases hechas del imaginario español, los renueva sin ningún tipo de miramiento: “A buenas horas, manzanas verdes” en vez de “A buenas horas, mangas verdes” o "entre pintos y flautas", "adiós, mundo fiel", “A cabo saco” en vez de “a saco Paco”... 
¿Y quién no se acuerda de las meteduras de pata de algunos/as famosos/as en cuanto a palabras se refiere? Supongo que algunos de ustedes recordarán el célebre candelabro de la Mazagatos cuando cambió la expresión de "estar en el candelero" por "estar en el candelabro"...
La verdad es que pensaba que todo esto de inventarse palabras (por omisión de letras, adición de letras, cambio de orden de letras o directamente palabra nueva) sólo existía en los mercadillos de barrio: “Espera, xoxo, que voy a la fragoneta a ver si hay de tu talla” o “Niña, que tengo la tanga de cavinkrein...” o “Xoxete, si vas mu cargá, pídete un tachis”. También pensaba que eso de inventarse palabras podía ser una fase que viven los niños a la hora de aprender a hablar. Un día escuché a una niñas monísimas (o sea, mis sobrinillas) decir: “He visto a Jofesina en el patio” o “El coche de papá no funfiona” o “Mamá ha ido a darse un majasito” o la famosa canción “la putaracha, la putaracha ya no puede caminar...”.
Durante mis años de carrera universitaria, me acerqué al origen y formación de la lengua española: el latín, las lenguas romances, los dobletes (palabras patrimoniales y cultismos), los préstamos, arabismos, galicismos, germanismos, anglicismos... y después de ver todos estos ejemplos en los que queda patente la “viveza” de la lengua, lo cierto es que todos los que hablamos, o sea, todos, absolutamente todos tenemos en nuestras manos, perdón, en nuestra boca, el poder de hacer evolucionar nuestra lengua, sea la que fuere.
No. Si ya lo digo yo. Si los de la RAE han aceptado "asín" arguyendo que lo dice mucha gente, como mi madre siga con lo de la sicolina y el LSD, el día menos pensado, me la encuentro sentada en la butaca de la letra O. O de... ¡¡¡OLE TUS COJONES!!!

domingo, 11 de noviembre de 2012

10 AÑOS DE DIFERENCIA (del morbo a la normalidad)

Un domingo cualquiera, como este domingo, por ejemplo. Un domingo entero por delante, mi chico y yo, día nublado, lavadora puesta, cansancio acumulado, prensa dominical, sofá mullidito, manta de la abuela, empieza a chispear y... ¿qué más? Aperitivo, por supuesto. Hazlo tú mientras yo selecciono algo de música, me dice distraído. A falta del típico, buenísimo y caro aperitivo “Espinaler”, preparo con gracia unos pinchos 3A (¿no saben qué es? Les cuento, es muy sencillo de hacer: cogen un bote de corazones de alcachofas, una lata de anchoas y otra de aceitunas. Con un palillo van ensartado un elemento de cada tipo , lo riegan con una mezcla de vinagre y pimentón de la Vera, y, ¡voilà!, ya tenemos un pincho 3A, o sea, de alcachofa/anchoa/aceituna), unas tostaditas con queso aderezado con aceite de oliva y pimienta, y unos berberechos de lata. De beber, un verdejo bien frío. Pongo un mantelito mono en la mesita del salón, las copas y los platillos con las viandas mientras él trastea en el despacho. Sirvo el vino y él aparece con un cd escondido entre los brazos. ¿Qué vas a poner?, pregunto intrigada. Creo que no lo conoces; es genial, responde él . A la par que pego un primer mordisco a la tostada de queso, suenan las primeras notas de una música que sí reconozco pero que, efectivamente, me resultan muy lejanas: soul, voz ronca, ritmo, letras románticas y Barry White. ¿Se acuerdan? Mi chico, mientras degluta el pincho de alcachofas/anchoas/aceitunas, empieza a hablarme de sus tiempos de discoteca, de cuando sonaban en las pistas Dona Summer, Bee Gees, Barry White, Pink Floyd, Elton John, Eric Clapton, Tina Turner. ¿Cuánto hace ya de eso? ¿Cuántos años tenías tú? A ver, déjame pensar..., le respondo mientras saboreo el verdejo, bien frío, y me pierdo en el cielo nublado de este domingo. Dices que era alrededor de 1975, ¿no? A ver, yo nací en el 69, pues... No puedo acabar la frase. Mis cábalas me devuelven a mi cruda realidad, una verdad que siempre obvio. Joder, responde él por mí, se me había olvidado. Sí, cariño, cuando tú tenías dieciséis años y ya recorrías las discotecas, yo era una cándida, inocente y pueril criatura de ¡¡¡seis añitos!!! ¡¡¡¡Qué fuerte!!!!
Mi chico y yo nos llevamos diez años y siempre se nos olvida que:
Cuando él ya conocía a artistas internacionales, en mi casa todavía se oía a Sergio y Estíbaliz, Camilo Sexto, Raphael, Lola Flores, Cecilia, Las Grecas.
Cuando él ya combinaba el trabajo (por la mañana) con los estudios de FP (por la noche), yo todavía andaba por 3º de EGB (¡esto sí que suena fuerte!).
Cuando él ya despotricaba de los curas (por sus malas experiencias con ellos, como un montón de chicos de su época), yo, superconvencida, todavía decía que de mayor me iba a hacer monja.
Cuando él ya tenía sus primeros escarceos amorosos, yo todavía jugaba con el Baby Mocosete y el Nenuco.
Cuando él iba de discotecas con sus colegas, yo iba al cine con toda mi familia a ver Tiburón I.
Cuando él ya corría delante de los grises, yo no tenía ni idea de política y de quién era ese señor bajito de bigotillo respingón y voz ridícula. 
Cuando él echaba sus primeras caladas a los Celta, yo todavía bebía el trinaranjus en pajita.
Cuando él llevaba su corbata de cuero gris y su cazadora a juego para estar más guapo y así poder ligar más (sin comentarios), yo todavía llevaba uniforme azul marino y calcetines blancos.
Cuando él se alegraba de la muerte de ese hombrecillo porque no le dejaba estudiar tranquilo, yo sólo recuerdo que tuvimos fiesta en el cole.
Cuando el probaba sus primeros tragos de alcohol, yo no tenía ni idea de chupitos ni de combinados ni de otras cosas, claro.
Cuando él ya podía ver películas y series televisivas con dos rombos, yo todavía me entusiasmaba y lloraba con Marco, Heidi...
Cuando él se echaba su primera novieta, yo tenía el póster de Los Pecos colgado en pared de mi habitación y soñaba con casarme con el rubio.
Cuando él ya decía sus primeros "tacos" serios, yo todavía pensaba que decir "teta", "culo", "caca" era pecado y que me iría derechita al infierno sin pasar por el purgatorio.
Cuando él ya leía a Hermann Hesse (Siddartha), yo todavía leía los tebeos de los domingos.
Cuando él compró su primera caja de condones, a mí todavía me explicaban el dichoso tema con la historia de la abejita y la flor (de nuevo, sin comentarios).
Cuando el cobró su primer sueldo serio, yo todavía echaba lo que me regalaban mis tías y mis abuelos por mi cumpleaños en un cerdito de barro.
Cuando él probó por primera vez el porro, mis únicos conocimientos sobre "flores aromáticas" se reducían a la manzanilla que me daba mi madre cuando tenía dolor de barriga.
Cuando él ya hacía números para independizarse, yo saltaba de alegría porque -después de varios años suplicándoselo a mis padres-, por fin, me "independizaba" de mi hermana pequeña y tenía mi propia habitación.
En fin. Que, cuando él tenía 25 años, yo era una adolescente -con acné y mil complejos- de quince años.
¿Se imaginan? No me dirán que no es fuerte... Incluso suena a morboso y a perverso, ¿verdad? Supongo que les vendrá a la mente un montón de sucesos provocados por esa diferencia de edad, ¿no? A mí, sí. No se lo voy a negar. Si me lo hubieran dicho a los quince años, si alguien me hubiera comentado que acabaría con un hombre diez años mayor que yo, le habría tachado de loco, de insensato. ¿Yo?, ¿con un vejestorio diez años mayor que yo? ¡¡Ni soñarlo!!
Pues ya me ven... Aquí estoy, un domingo cualquiera, con el cielo cubierto y la manta sobre mis piernas, junto a este hombre diez años mayor que yo. Mientras sigo dando cuenta del vino y del pincho 3A, mientras sigo escuchando a Barry White...
we got it together did'nt we
nobody but you and me
we got it together baby
my first, my last, my everything
and the answer to all my dreams
you're my sun, my moon, my guiding star
my kind of wonderful, that's what you are
i know there's only, only one like you
theres no way they could have made two
you're you're all i'm living for
your love i'll keep for evermore,
you're the first my last my everything
in you i've found so many things
a love so new only you could bring
can't you see if you,
you'll make me feel this way
you're like a first morning dew on a brand new day
i see so many ways that i can love you
till the day i die........
you're my reality yet i'm lost in a dream
you're the first my last my everything
pienso en lo afortunada que soy al haberlo encontrado en mi camino, pienso en lo felices que somos y en lo bien que nos compenetramos, en lo provechoso y tranquilizador que resulta llevarnos diez años (diferencia de perspectivas, de puntos de vista, de maneras de enfrentarse a los problemas, de gestionar las emociones...) pero, sin poder evitarlo, una duda planea por mi cabeza: si durante muchos años, esa diferencia de edad provoca inquietud, morbo, miedo, e, incluso, puede ser objeto de perversión y de denuncia, ¿cuándo pasa a considerarse normal en una relación de pareja?