miércoles, 9 de noviembre de 2011

XO-XE-TE

Uno de los mejores recuerdos que guardo de mi infancia son los veranos en el sur; bueno, exactamente, en el sur del sur. Al principio, cogíamos el transatlántico y hacíamos el viaje por mar; más tarde, en coche o en autocar, y ya, en los últimos años, lo hacemos en avión. De cualquiera de las maneras, aquel inicio de vacaciones suponía toda una aventura que culminaba con la llegada a la casa de mi abuela y el efusivo saludo de mi tía: ¡¿Cómo está mi chochete?!
¿Cómo está mi chochete? ¿Se lo pueden imaginar? ¿Se refería a mi...? ¿O al suyo? La primera vez que lo oí (en verdad, oí “xoxete” por aquello de que la voz procedía el sur del sur), yo debía de tener unos seis años. Inocente de mí, vi cómo esas palabras iban acompañadas de una mano de largas, cuidadas, rojas uñas que se dirigía amenazadora hacia mis partes pudendas y yo, además de dar un brinco hacia atrás huyendo de esa garra que intentaba apoderarse de mi..., miré a mi madre, aterrorizada y descolocada, ¡¡¡mamáááááá!!!, como preguntándole pero, ¿qué demonios hace la tita?, ¿qué me está diciendo?, ¿qué hago yo? Y mi madre, supongo que familiarizada con ese singular saludo, se limitó a sonreír y a hacer gestos como “no le hagas caso, ya conoces a tu tía”.
A partir de aquella primera vez (lo juro, fue como perder la virginidad en materia de expresiones de bienvenida), ese apelativo se convirtió para mí en marca de la casa (la casa del sur del sur) en sus diferentes acepciones: ¿Cómo estaba la playa, xoxete?; anda, xoxete, vete a la Angustias y compra una libra de jamón; xoxete, deja a tus primos en paz... Sólo cuando me ponía cabezota con algo, mi tía lo cambiaba por un “mira que serás xoxona”... Crecí con ese apelativo mientras que al..., ya saben, lo llamábamos de mil maneras diferentes a esa, léase tete, florecilla, tesorito, almejita...
Con el paso de los años, los veranos en el sur se fueron distanciando pero, por teléfono, mi tía seguía con el mismo saludo, ¿cómo está mi xoxete?, y yo ya le respondía dímelo tú. Yo sé cómo está el mío... Y mi tía se reía diciéndome pero qué xoxona estás hecha. En los últimos años, ya muy malita, seguía siendo aquella mujer elegante, chisposa, que seguía preguntándome por mi xoxete y yo, inmersa en una vorágine de novios y amantes, le decía ay, si tú supieras...
El tiempo ha ido pasando y, con él, también se ha diluido en el recuerdo aquel apelativo tan cariñoso, exclusivo de aquel sur del sur.
¿Exclusivo? Pues va a ser que no. Con el tiempo, decía, me eché novio y, después de varios meses de “conocimiento” mutuo, el chico en cuestión, aprovechando una comida familiar, decidió que ya era hora de presentarme a su familia: Esta es mi hermana mayor; aquí, mi otra hermana, aquella es la otra; mis cuñados, mis sobrinos... Y aquí, siguió solemne y orgulloso el chico, te presento a mi madre. Y justo entre los dos besos en ambas mejillas, me pareció oír un ¿Que tal, xoxete?
¡¿Perdón?! ¡¿He oído bien?! ¡¿Ha dicho xoxete?! ¿Así? ¿Con equis? ¿Del sur? ¿Delante de toda la familia? No me lo podía creer. Tierra, trágame. No escuché nada más, ni mi hijo me ha hablado muy bien de ti, ni qué contenta estoy, nada de nada. En mi cabeza sólo sonaba xoxete, xoxete, xoxete. Estaba petrificada y mi novio de turno, sin decir nada. Sólo al cabo de unos minutos, supongo que al verme en total estado de shock, reaccionó y dijo mi madre es así de natural, ya le irás conociendo mejor. ¿Mejor? No, no quiero conocerla mejor. Ya tengo bastante con esto. Y acto seguido, se dirigió a su madre joder, mamá, te dije que no la asustaras. Aquel saludo duró lo que duró la relación con aquel chico acompañado de otras perlas y todas ellas en las comidas o reuniones familiares: mi xoxete está triste porque no me da nietos, hola xoxete alegre, ay xoxete loco... y todas las soltaba delante de toda la familia. Y yo, resignada, me limitaba a sonreír mientras oía la retahíla de adjetivos que iba poniendo a mi... (literal) y me recreaba en la infinidad de respuestas que se me ocurrían acerca del suyo...
Porque... ¿se han parado a pensar por qué esa parte del cuerpo es tan recurrente y tiene tanta salida? Una vez, en un máster de lengua, mi amigo Manel y yo, aburridos de tanta sapiencia y erudición, nos pusimos a buscar maneras de nombrar tan socorrido rincón de la anatomía femenina. Apuntamos más de cincuenta sinónimos, cada cual más metafórico, descabellado o soez. ¿Quieren hacer la prueba? Pues con tantas palabras, no pude evitar sorprenderme al oír cómo mi sobrina pequeña, para referirse a su noble parte, pronunció la verdadera (la que no dijimos mi amigo y yo), la que realmente era, la que sale en los libros de texto y se enseña en los colegios (no en el patio). La abuela, que estaba presente, me preguntó pero, ¿qué está diciendo la niña? ¿De dónde ha sacado esa palabra tan rara? Al explicárselo, se encogió de hombros, pero si toda la vida se ha dicho... (de los cincuenta sinónimos, elijan la que más les apetezca, les guste o les convenga)
Pero la cosa no acaba aquí. Cuál fue mi sorpresa cuando mi novio, pasada ya la vergüenza de los apelativos de su madre, me pidió por primera vez que la acompañara al mercado a comprar pescado: es el mejor de toda Barcelona, y, ya verás, la Mari es encantadora. Sábado por la mañana, paseo por el mercado, la parada llena de gente y la Mari, presidiendo la parada de pescado y marisco: mujer rotunda donde las haya, delantera prominente, maquillaje de fiesta, pelo oscuro recogido en un moño alto, delantal blanco en encaje y una fuerza inusitada para manejar los cuchillos y las tijeras. ¡El veinticinco!, grita con su potente voz. ¡El mío!, digo tímidamente mientras veo cómo sale de su boca rojo carmín las palabras que pensé que jamás escucharía: ¿qué te pongo, chumino?
Eso ya era demasiado: una cosa era la familia, mi familia; otra, la madre de mi novio, bueno; pero, la del pescado... Por ahí, no pasaba. Además, ¿qué?, ¿acaso tenía cara yo de... eso? Huelga decir que me quedé muda mientras el otro se partía de risa. Me llamo Mamen, dije también con rotundidad. Vale, ¿qué te pongo, chumino?
Lo mejor de todo no fue eso. Lo mejor de todo fue cuando, en una comida entre amigas, después de contar mi experiencia en el mercado con mi novio, una de ellas me preguntó: ¿Qué es eso, un tipo de pescado? Nunca lo he probado...

1 comentario:

  1. El comentario es por alusiones a mi desconocimiento sobre clases de pescados. ¿Quién soy?

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